jueves, 16 de noviembre de 2006

La fotografía y la revolución mexicana

El surgimiento de la violencia revolucionaria en 1910 terminó con el sueño de perpetuidad del gobierno porfiriano. Los fotógrafos salieron a las calles a registrar los nuevos hechos y acontecimientos, enfrentando retos técnicos y tareas cada vez más complejas. El panorama típico del régimen y su retórica tradicional, que abarcaba inauguraciones oficiales, fiestas de caridad, actos cívicos y notas de la “alta sociedad” fueron desplazados en forma vertiginosa por nuevos escenarios caracterizados por combates sangrientos, luchas y escaramuzas, así como largas filas de familias cargando sus pertenencias y huyendo a sitios menos inseguros. En su huida a veces se confundían con grupos de soldados que cruzaban las calles. Nuevos actores sociales, procedentes en su mayoría de los grupos populares, que antes habían aparecido bajo el sesgo de la mirada costumbrista, etnográfica o criminológica, ocuparon el centro de atención de las cámaras con un protagonismo y una vitalidad inédita hasta entonces. Se trataba de un México mayoritariamente campesino, retratado por fotógrafos con una mirada urbana moderna, fogueada en la prensa comercial y mercantil que se desarrolló en México en el último cuarto del siglo xix. Muchas de estas fotografías, alejadas de los ideales pictorialistas, con sus encuadres arriesgados o mostrando alguno de sus planos desenfocados, fueron recuperadas años más tarde desde perspectivas más vanguardistas y releídas como parte del proceso fundador de un fotoperiodismo moderno en México.

La primera revolución social del siglo xx fue amplia y profusamente fotografiada por fotógrafos aficionados y profesionales, que divulgaron sus imágenes en tarjetas postales, álbumes familiares, periódicos y revistas ilustradas. Varios factores contribuyeron a ello: el carácter caótico y confuso del propio conflicto, complicado con la participación de nuevos grupos y facciones a medida que avanzaba el proceso; la intervención de decenas de fotógrafos extranjeros, particularmente estadunidense, que llamaron la atención de la opinión pública de aquel país en torno a los hechos violentos que estaban ocurriendo en su frontera sur; las nuevas condiciones tecnológicas de la prensa y las revistas ilustradas y, finalmente, la aparición de nuevas organizaciones gremiales de profesionales de la lente y de agencias fotográficas, que multiplicaron los puntos de vista y cubrieron cotidianamente los distintos frentes de guerra.

Los dos episodios más fotografiados de la revolución por parte de las revistas ilustradas capitalinas fueron la llamada Decena Trágica, episodio golpista ejecutado por el general Victoriano Huerta en contubernio con Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos, que terminó con el asesinato del presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez en la ciudad de México, en febrero de 1913, y la invasión estadunidense al puerto de Veracruz en abril de 1914.

El primer acontecimiento marcó la memoria colectiva de los habitantes de la ciudad de México de una manera brutal. Por primera y única vez la población capitalina sufrió los estragos de la violencia revolucionaria, las enfermedades y la hambruna en forma directa, durante los 10 días terribles que duró el episodio del golpe militar contra Madero.

La intervención de la armada estadunidense en el puerto de Veracruz, por órdenes del presidente Woodrow Wilson, en el mes de mayo de 1914, intervención que fue rechazada –lo mismo por el gobierno federal que por las distintas facciones rebeldes– encabezadas en aquellos momentos por el general Carranza, atrajo aún más los reflectores de la prensa nacional e internacional sobre el territorio mexicano.

La tarjeta postal contribuyó también a difundir una cierta visión de la revolución mexicana. El fenómeno comenzó en la frontera norte, cuando decenas de fotógrafos y curiosos del lado estadunidense comenzaron a interesarse por los acontecimientos violentos ocurridos del otro lado del río Bravo, y captaron distintas escenas de los hechos bélicos, desde batallas y escaramuzas entre federales y rebeldes hasta algunas ejecuciones y fusilamientos. La batalla de Agua Prieta, Sonora, ocurrida en abril de 1911, fue presenciada por ciudadanos estadunidenses cómodamente instalados en los techos de sus casas; observaban los hechos con sus binoculares, en Douglas, Arizona. Lo mismo sucedió en San Diego, donde algunas personas alquilaron tarimas para que los observadores estadunidenses pudieran presenciar cómodamente la toma de la ciudad de Tijuana por grupos magonistas. En este estado de cosas, no pasaría mucho tiempo para que diversos fotógrafos profesionales y aficionados registraran imágenes violentas que comenzaron a venderse en serie a un vasto público ávido de noticias en las ciudades fronterizas de ambos países, como han mostrado Vanderwood y Samponaro en su notable trabajo Los rostros de la batalla, publicado hace algunos años por Conaculta.

La invasión estadunidense al puerto de Veracruz reanimó el negocio unos años más tarde, aprovechando el enorme interés que los sucesos despertaron en la opinión pública de ambos países. Sin embargo, el episodio que desencadenó el mayor auge en la venta de las tarjetas postales con motivos revolucionarios fue el asalto de algunas fuerzas rebeldes bajo las órdenes del general Francisco Villa al poblado estadunidense de Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de 1916. Como resultado de esta acción murieron 17 soldados y civiles estadunidenses, lo que desató un gran escándalo en la opinión pública y provocó el desplazamiento inusitado de 200 000 miembros de la Guardia y soldados regulares estadunidenses instalados a todo lo largo de la frontera, así como la incursión de algunos miles de soldados en territorio mexicano para perseguir a Villa en el estado de Chihuahua, en el suceso conocido como la “expedición punitiva” a cargo del general Pershing.

La mayor parte del contingente estadunidense nunca entró en combate, pero el episodio sirvió para poner a prueba a las fuerzas armadas de aquel país y preparar su entrada a la gran guerra. La prolongada estancia de los soldados en la frontera también provocó la venta de decenas de miles de tarjetas postales que los impacientes militares mandaron a sus familias y conocidos mientras esperaban la orden de avanzar hacia el sur. Dichas tarjetas mostraban las vistas más diversas; abarcaron lo mismo el adiestramiento estratégico de la tropa que supuestas escenas de combate diseñadas por el fotógrafo para impresionar a los amigos del soldado convertido en prócer para la ocasión y, sobre todo, una gran variedad de “tipos” populares mexicanos.

Estas imágenes, acompañadas de distintos testimonios escritos dirigidos por los soldados a sus familiares y amigos, constituyen un documento antropológico invaluable para acercarse a las actitudes y los puntos de vista de este sector, y conocer su visión en torno a las clases populares mexicanas. En términos generales, dichas postales, con sus comentarios al calce, proporcionan al investigador actual una verdadera radiografía del racismo tal y como era concebido por un cierto sector de la población estadunidense a principios del siglo xx, en una coyuntura no muy distinta de la de los tiempos actuales, también dominada por sentimientos de temor y de patrioterismo.


Alberto del Castillo Troncoso

1 Comment:

Toño said...

Que tal! Soy un humilde aficionado a la fotografía. Si gustan pueden visitar mi espacio el cual esta compuesto de imágenes que plasman costumbres, fiestas, familias y naturaleza de México. Incluí fotografías muy viejas que mi abuela acaba de regalarme. Es un pequeño e interesante fragmento de la diversidad de mi país. La dirección es:

http://antoniobichoacuatico.spaces.live.com/

Saludos desde las montañas que saludan al Golfo de México,
Xalapa, Veracruz, México

Toño