Editorial Diciembre
Por alguna razón, Navidad es una época en la cual se antoja la reflexión. Quizá será por el frío que nos obliga a pasar más tiempo en casa, por la melancolía del paisaje poco iluminado y gris, o sencillamente porque el nuevo año está en puerta y el balance general de lo que hicimos llega a nosotros. Pero invariablemente, es un momento en el que revalorizamos a los seres queridos que tenemos cerca, a los que por distintas circunstancias están lejos de nosotros, o bien, a los que se fueron de esta vida adelantándose a nuestra propia partida. Y es también un momento de evaluarnos a nosotros mismos, vernos con ojos más o menos críticos y formular cambios.
Una de las historias más tradicionales que de niños escuchamos durante la época decembrina, y que fue llevada a la pantalla por Walt Disney en 1983, es Un cuento de Navidad de Charles Dickens. Es la historia del millonario avaro e insensato que descubre el espíritu de la Navidad al enfrentarse consigo mismo: con lo que dejó de hacer y de decir en el pasado, con lo que no quiso hacer en el presente, y con el pronóstico de la soledad que sus actos le traerían en el futuro.
De manera magistral, Dickens plasmó en las páginas de este cuento una caricatura de nosotros mismos: Scrooge es como yo, como tú, como tus jefes y compañeros de trabajo, como nuestros padres y hermanos, como la gente con la que topas en la calle. Todos y cada uno hemos cometido errores, hemos hecho o dejado de hacer cosas que tendrán consecuencias en el futuro y el costo de estos errores y aciertos siempre tendremos que asumirlo, nos guste o no.
Pero el mensaje de Dickens es esperanzador: hasta Scrooge se da cuenta de sus errores y logra enmendarlos. Ese es el espíritu de la Navidad: es una oportunidad de renovarnos, de revalorizarnos y de replantearnos actitudes y comportamientos que pueden perjudicarnos. La lección de Dickens es clara: nunca es tarde para renacer y reinventarnos y Navidad es el momento ideal para ello.
Aprovechemos este momento para la reflexión y el cambio, para llevarnos al nuevo año todo lo bueno que hemos sembrado y cosechado y dejar atrás lo no tan bueno. Usemos estos momentos para cerrar el año con broche de oro, revalorizando a quienes trabajan con nosotros día a día, a nuestras familias y amigos, para ser, como Scrooge, una mejor versión de nosotros mismos.
Una de las historias más tradicionales que de niños escuchamos durante la época decembrina, y que fue llevada a la pantalla por Walt Disney en 1983, es Un cuento de Navidad de Charles Dickens. Es la historia del millonario avaro e insensato que descubre el espíritu de la Navidad al enfrentarse consigo mismo: con lo que dejó de hacer y de decir en el pasado, con lo que no quiso hacer en el presente, y con el pronóstico de la soledad que sus actos le traerían en el futuro.
De manera magistral, Dickens plasmó en las páginas de este cuento una caricatura de nosotros mismos: Scrooge es como yo, como tú, como tus jefes y compañeros de trabajo, como nuestros padres y hermanos, como la gente con la que topas en la calle. Todos y cada uno hemos cometido errores, hemos hecho o dejado de hacer cosas que tendrán consecuencias en el futuro y el costo de estos errores y aciertos siempre tendremos que asumirlo, nos guste o no.
Pero el mensaje de Dickens es esperanzador: hasta Scrooge se da cuenta de sus errores y logra enmendarlos. Ese es el espíritu de la Navidad: es una oportunidad de renovarnos, de revalorizarnos y de replantearnos actitudes y comportamientos que pueden perjudicarnos. La lección de Dickens es clara: nunca es tarde para renacer y reinventarnos y Navidad es el momento ideal para ello.
Aprovechemos este momento para la reflexión y el cambio, para llevarnos al nuevo año todo lo bueno que hemos sembrado y cosechado y dejar atrás lo no tan bueno. Usemos estos momentos para cerrar el año con broche de oro, revalorizando a quienes trabajan con nosotros día a día, a nuestras familias y amigos, para ser, como Scrooge, una mejor versión de nosotros mismos.
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